viernes, 14 de febrero de 2014

LA NAVIDAD DEL LIBERTADOR


Los negros se movían como autómatas en esta fría y otoñal madrugada, el trapiche trabajaba a ritmo acelerado y molía con toda precisión los vástagos de caña que le eran introducidos por la ancha y voraz boca. La miel a estas horas de la madrugada ya salía a borbotones y era recogida y llevada a las pailas que hervían a todo vapor; dos negros descamisados y con los pantalones arremangados hasta las rodillas, meneaban con grandes cucharones de madera la hirviente miel. La luz de la luna alumbraba en toda su intensidad el panorama laboral, además una inmensa hoguera encendida a unos trescientos metros chisporroteaba y alumbraba la inmensa carrilera de moldes que eran utilizados para la fabricación de la panela. A unos quinientos metros se podía distinguir la casa grande, pintada completamente de blanco con tejas de techo rojo. En esta madrugada la casa se veía imponente adornada con multicolores faroles, hechos de madera y forrados con papel crepe y con una vela encendida dentro de ellos.

Era el comienzo de la Navidad, 16 de diciembre. La casa grande había sido pintada recientemente, en sus corredores inmensas materas de begonias, rosas florecidas y bellas margaritas, le daban un toque de fiesta navideña, un hermoso pino sembrado en una inmensa matera, se erguía jubiloso al lado del pesebre, adornado con frutos silvestres, casitas de cartón, bellos animalitos de pasta y en el centro la figura de la virgen María, San José y el niño Jesús; un inmenso rosario reposaba encima de una Biblia abierta, que descansaba sobre el piano de la casa campestre de la familia Mier. A pesar de la hora (serían las 4 de la madrugada) la casa se mantenía en un ajetreo constante. La negra servidumbre se repartía los quehaceres y don Joaquín de Mier y Benítez acompañado de su querida esposa, exigía silencio total, ya que desde el 6 de diciembre tenían un visitante ilustre en un alto y delicado estado de salud. Se trataba del Libertador Simón Bolívar, (Amigo personal de la Familia). La salud del Libertador empeoraba día a día al punto de que en la tarde de ayer cuando el libertador hacia su siesta acostado en la hamaca que le colgaron en los Tamarindos que estaban entre el Samán y la ceiba del corredor de la casa, el libertador vomito sangre. Doña Beatriz ordeno recluirlo de inmediato en el aposento principal de la casa grande y pidió dos médicos de cabeceras permanentemente. Desde ese momento los rosarios y las novenas se hicieron casi en el más completo silencio, al tanto que a la mañana del día siguiente: doña Beatriz amaneció al lado del pesebre con el rosario en la mano y leyendo los salmos de la Biblia. Ya a las doce del día de este fatídico (17 de diciembre de 1830) el Libertador redactaba su último Proclama y le decía a don Joaquín de Mier y su esposa: gracias mis queridos amigos: Feliz Navidad anticipada. 

Era la una de la tarde cuando desde el Morro de la bahía de Santa Marta, sonaron tres cañonazos que anunciaban la muerte del Libertador Simón Bolívar. En la hacienda, en los cañaverales, en el trapiche, los negros se asustaron al oír los cañonazos, recordaron las batallas entre bucaneros y como ellos eran reclutados para ser vendidos como esclavos. En la hacienda, las flores, las begonias, las margaritas y el canto y la algarabía de los multicolores pájaros, enmudecieron por un eterno instante y en el pesebre pareció que dos lágrimas rodaban de las mejillas del niño Jesús. La ciudad de Santa Marta se vistió de luto, apago sus faroles, olvido la Navidad y se centró en la muerte de tan ilustre personaje. Don Joaquín de Mier y su esposa se ocuparon con el Obispo de la catedral de atender casi durante diez días, de las visitas que llegaban de Caracas y del mundo entero. Los negros en la Hacienda San Pedro Alejandrino, pararon la producción del trapiche y en las noches se reunían en la casa grande, al lado del pesebre, a cantar sus lamentos y hacían llorar el tambor, recordando que había muerto la esperanza y la promesa de la libertad y que seguirían siendo esclavos y que para ellos jamás habría una Feliz Navidad.

Autor: Antonio Dionisio Hernández Gutiérrez
Fecha: Noviembre 28 de 2011
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